El tiempo pasa despacio y la gente sigue confundiendo lo que hago con el amor a la alfarería... también es cierto que nada les digo para ponerles en el camino correcto, pero a buen entendedor pocas palabras bastan. Cuando pongo mis productos en el escaparate el barro esta allí meramente para sujetar el precio, lo que yo vendo es la parte útil de los utensilios: el espacio vacío que encierra la arcilla, lo que puede colmarse.

Busco el vacío perfecto, tengo sueños que lo muestran, rielando rodeado por sí mismo, aun discernible más vacío que el vacío, y atemorizado me pregunto cuando despierto sudado como someter ese espacio indómito y puro con barro, que no es más que suciedad mojada... esa clase de sueño me asola y pienso que en realidad no sé mucho más que los demás acerca de lo que hago, solo moldeo suciedad húmeda para hacerla cómoda trinchera de seguramente más húmedad, seguramente tan sucia, aunque seguramente de manera inadvertida.

Así que me levanto, me bajo al taller cuando todas las lunas tienen bajada la reja excepto la del cielo, que no es que sea menos valiosa, ni que esté fuera del alcance de los hombre codiciosos, es que no hay reja que la valga, simple y llanamente, y en definitiva me pongo a girar el torno y a moldear intentando soñar despierto para despertar lo soñado en mí y de mí a la arcilla.

Tengo sueños pero también tengo sueño joder, y cuando me despierto al día siguiente (nunca conseguí despertarme al día anterior) tengo la cara hundida en el barro en una suerte de constatación de mi fracaso. Siempre me pregunto, sólo en parte en broma, si lo que hicieron mis manos cayendo en el tránsito entre consciencia e inconsciencia, fue moldear al fin ese vacio perfecto, ese pedestal para el falso dios de la ataraxia.